Mujeres de pies descalzos
CADA AÑO POR estas fechas, por ser el mes de la mujer, permito que mi esposa escriba el texto de mi columna.
Aquí está:
Días atrás celebramos el día internacional de la mujer, sin duda fecha de gran trascendencia para nuestro género y la sociedad en general porque conmemora la lucha de la mujer por el reconocimiento de la equidad de género y de su participación en todos los ámbitos de la vida humana.
La Organización de las naciones Unidas (ONU) celebra el 8 de marzo como el día internacional de la mujer desde el año de 1975. Pero los orígenes de dicha celebración datan de principios del siglo XX en países como Estados Unidos, Rusia, Copenhague, Alemania, Suecia entre otros.
En América Latina la celebración del día internacional de la mujer se inicia hasta la década de los ochentas. En México se inició esta conmemoración después de realizada la Conferencia Mundial sobre la Mujer, efectuada en nuestro país en el año de 1975.
Pese a que en la Constitución Política Mexicana de 1917 concedió al hombre y a la mujer los mismos derechos en materia de garantías individuales no fue sino en 1947, durante la administración de Miguel Alemán, cuando se otorgó el voto femenino para las elecciones municipales y en 1953, Adolfo Ruiz Cortines concedió el sufragio femenino y así, por primera vez, la mujer mexicana ejerció su derecho al voto en elecciones federales. Es decir tenían casi los mismos derechos al menos de palabra.
No podemos negar que la mujer cada día va generando mejores posiciones en las empresas, instituciones y aparatos gubernamentales, incluso las legislaciones van propiciando la igualdad de oportunidades con las que tienen los hombres. Pero en esta ocasión no quiero hablar de las mujeres profesionistas, empresarias o poderosas, quiero hablar de los millones de mexicanas pobres, de pies descalzos, que durante años han contribuido con su trabajo pesado, rutinario y poco reconocido y agradecido en la consolidación del hogar, la familia y la sociedad en general.
Nuestras madres, tías, abuelas con poca o nula instrucción académica que antes de la década de los setentas parían en promedio más de cinco hijos, lavaban (en lavadero) pañales de tela, que eran empleadas domésticas, enfermeras, educadoras, cocineras, costureras, administradoras; todos los oficios sin recibir un solo centavo de sueldo y en muchísimos casos ni el agradecimiento o buen trato de sus esposos y familias.
Mujeres de pies descalzos que dejaron de gozar su vida para vivir la de sus esposos e hijos y vieron partir sus años de juventud de manera prematura; rostros cansados con arrugas; cuerpos poco cuidados y mal vestidos, en el mejor de los casos con zapatos viejos. Mujeres que muy jóvenes perdieron la dentadura por falta de calcio y atención médica; que perdieron la figura y la salud porque comían lo que podían, hasta las sobras de los platos de sus hijos. Mujeres que vivieron la pobreza del México posrevolucionario que hacían cobijas de pedacitos de telas, pañales de saquitos de manta, que no desperdiciaban ni una cola de cebolla.
Hoy quiero reconocer esas valiosas mujeres pobres, que en silencio, casi en el anonimato han constituido la plataforma básica para el desarrollo económico y social del país. Mujeres indígenas o criollas, antiguas o modernas que duermen poco y trabajan mucho y hasta agradecen a Dios por sus hijos y familias. Mujeres preciosas que ninguna escuela, calle o institución llevará su nombre; pero sin duda han marcado la vida de sus hijos y las futuras generaciones. Ellas no tuvieron la oportunidad ni la preparación para acceder a puestos de elección popular, no fueron directivas o brillantes profesionistas, pero han incidido en la conciencia de millones de personas.
México es un país que celebra el 8 de marzo como día internacional de la mujer, que el 10 de mayo es un día de fiesta nacional porque es el día de las madres, sin embargo esas mujeres que se dicen querer y homenajear ha recibido maltrato físico, sicológico y/o económico por parte de los hombres de su familia y de la sociedad.
Por las leyes y las autoridades que en muchos casos no garantizan la equidad de género, no castigan con todo el rigor de la ley a quienes las asesinan, maltratan o no les dan la pensión alimenticia; por ello muchas prefieren aguantarse y no separarse de un hombre que las maltrata con tal asegurar el sustento de sus hijos.
Por los hombres que al casarse buscan en muchas ocasiones una sucursal de sus madres para que “los atiendan” o juran amor eterno a una “chacha con apellido de casada”. Los hombres maltratan a las mujeres cuando le son infieles y las cambian por un modelo más reciente cuando las ven viejas, gorditas y cansadas por las múltiples tareas del hogar, oficina y los hijos. Ellos se justifican en el hecho de que ellas no les dan la satisfacción sexual que requieren y ¿acaso ellos si lo hacen por sus esposas? ¿Siguen esbeltos, guapos y cariñosos? ¿Cómo puede pensar en sexo una mujer exhausta de trabajar, que no recibe cariños, detalles a cuyo esposo hace años no le interesa apasionarla sino usarla?
Los hombres maltratan a las mujeres cuando les dejan todas las tareas de la casa , los hijos y la familia y de pilón se creen muy buenos porque a veces “ayudan a su esposa”, ¿ acaso no es su deber? ¿la casa y la familia son sólo de las mujeres?
Los hombres maltratan a las mujeres cuando las posesiones logradas en conjunto están a sus nombres o el de sus hijos; ellas sostienen una casa de la que no son ni serán dueñas. Los hombres maltratan a su esposa cuando no la ayudan a desarrollarse espiritual, física y académicamente. Las maltratan simplemente cuando no son el esposo amoroso que juraron ser y prefieren sostener por horas el control remoto de la televisión que acompañar a su esposa con un café y escuchar sus preocupaciones, planes y sueños.
Finalmente, hablemos de las mujeres que maltratan a las mujeres, ¿acaso sucede? Más de lo que queremos reconocer:
Cuando no reconocemos o agradecemos la invaluable labor de los millones de mujeres de pies descalzos que tenemos y hemos tenido en nuestro país.
Cuando no educamos o tratamos igual a nuestros hijos varones que a las mujeres y recargamos las obligaciones a las niñas; cuando criticamos a las mujeres que trabajan fuera del hogar y las tildamos de irresponsables y frívolas, sin reconocer que ellas a veces se parten en mil pedazos para cumplir con las actividades laborales y las del hogar.
Cuando acusamos de flojas o mantenidas a las “mujeres que no trabajan” o que se dedican al hogar, sin saber que tienen jornadas laborales de casi 20 hora sin salario, sin incentivos ni vacaciones.
Maltratamos cuando hablamos mal de las mujeres que tuvieron el valor de divorciarse de un mal esposo, cuando les faltamos al respeto acusándole de ser lesbiana a quien no optó o simplemente no le tocó casarse.
Cuando levantamos falsos y acabamos con el buen nombre de una mujer por celos, envidia o por irresponsabilidad.
Yo te invito a romper con las malas tradiciones cambiándolas por buenas. Agradece a tu madre, esposa y abuelas, dales todo tu amor y reconocimiento. Haz algo tangible por las mujeres de pies descalzos.
Si eres mujer ámate y haz algo bueno por ti todos los días, cuida tu alimentación, espiritualidad, tu aspecto, atiende tu salud, tu autoestima; quiérete este y todos los años, no sólo el 8 de marzo.
Escrito por Dra. Sofía Amavizca Montaño
Profesora Investigadora de la UES
Armando Vásquez Alegría es periodista con más de 30 años de experiencia en medios escritos y de Internet, cuenta con posgrado en Administración Pública y Privada.
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