El mundo castiga la ineficacia
TRAS VEINTE AÑOS en el poder, Bolivia dio un giro a la derecha el pasado domingo 19. En la mañanera del 20 Sheinbaum dijo: "Es una pena que se hayan dividido [la izquierda en Bolivia]. Hablando políticamente, es importante permanecer en unidad. Cuando nos dividimos, perdemos fuerza con la gente, con el pueblo". La referencia hacia Morena levantó algunas cejas.
Pero la presidenta se quedó corta. En 2024 y lo que va del 2025, se han realizado elecciones en 75 países, cooptando a cuatro mil millones de electores.
De estos, 29 corresponden a la derecha con sus acepciones pues también pueden ser de centro derecha, ultras o populistas, así tenemos: EU, Austria, Portugal, Panamá, Indonesia, El Salvador, India, Francia, Rumania, Alemania, Bolivia, Ecuador, etcétera, de Europa son siete.
De la izquierda y bajo los mismos parámetros son 24 entre los que destacan: México, Uruguay, UK, Namibia, Islandia, Botsuana, Lituania, Mauricio, Corea del Sur, Senegal y otros.
Y son 22 del centro o coaliciones mixtas común en Asia y África donde la fragmentación llevó a gobiernos híbridos como en Sudáfrica, tenemos también a Japón, Bulgaria, Polonia, entre otros.
Sin embargo, los patrones de conducta en las votaciones reflejan, más allá de la predominancia a una ideología, la actitud de enfado y enojo de la gente al no ver avances en su economía al elevarse el costo de la vida y disminuirse los ingresos.
También muestran hartazgos en aspectos de inseguridad, falta de vivienda, empleo y en el caso de las izquierdas, su falta de cumplimiento entre lo que prometieron y no hicieron.
Aunado a ello en lo general se observa un rechazo a la cultura woke, a la creación de nuevas castas doradas, molesta ver los excesos en la vieja y nueva nata de gobernantes, hay modelos de gobernanza fatigados y, sobre todo, ya está rebasado el esquema de confrontación entre pobres y ricos.
Al contextualizar estos patrones –sin importar el aspecto ideológico--, tenemos países que sufren una fatiga económica: Inflación, desigualdad y precariedad post-pandemia como en EU y Panamá. También hay desconexión de élites: Percepción de que gobiernos priorizan agendas abstractas sobre problemas reales, (Chile y Portugal). Inseguridad y migración: Frustración por crímenes o flujos migratorios no controlados, (Austria y Ecuador).
Asimismo, lo que se conoce como "backlash cultural" (o reacción cultural) que es una fuerte reacción negativa y resistencia ante los cambios en las normas y valores culturales, que a menudo surge cuando grupos sociales consideran que su status quo o privilegios están amenazados.
Este fenómeno puede manifestarse como resistencia a ideas progresistas o modernas, con un resurgimiento de valores tradicionales, e incluye desde opiniones hostiles hasta intentos de revertir logros sociales, como en los movimientos feministas o de derechos civiles. Es el rechazo a la agenda “woke” y al conservadurismo extremo, (Alemania y en EU con rechazo a los demócratas).
Hay que colocar también la fragmentación populista o crecimiento de movimientos que explotan la frustración general (Francia y Uruguay), y el desgaste prolongado sobre todo contra partidos que llevan décadas en el poder, (Botsuana y tras 58 años de centro pierde o Bolivia donde el MAS perdió tras 20 años).
En conclusión, el cambio en los gobiernos no es simplemente un giro de izquierda a derecha o viceversa, sino una reacción visceral a un mundo en crisis. Los votantes no están necesariamente abrazando una ideología opuesta, sino castigando a quienes perciben como ineficaces o alejados de sus necesidades inmediatas.
Los analistas políticos le llaman a esto el "long COVID electoral" que es una analogía que se refiere a los efectos persistentes y duraderos de la pandemia de COVID-19 en el panorama político y se mide la confianza de los votantes, especialmente con respecto a los gobiernos en el poder.
Se han visto tendencias desde 2020 como el voto de castigo para los gobernantes, incluso años después del pico de la crisis. También el malestar y descontento generalizado como secuelas de la pandemia como inflación elevada, la disrupción en la educación y el trabajo, problemas de salud a largo plazo que han dejado a muchas personas sintiéndose peor, más inseguras e infelices lo que alimenta el descontento político y la impaciencia con los líderes.
El "long COVID electoral" también se asocia con una creciente frustración hacia la clase política, que a menudo es percibida como desconectada de la realidad y más preocupada por sus propios intereses que por los problemas de los ciudadanos. Es un factor que influyó en el llamado "super año electoral" de 2024, donde se ha visto que los partidos en el poder han tenido un desempeño históricamente bajo.
También explica por qué incluso gobiernos de derecha (como los conservadores en el Reino Unido) o de centro (como en India) también han perdido terreno. La clave está en la incapacidad de los gobernantes para responder a un electorado agotado y frustrado.
Por eso cuando la presidenta Sheinbaum pone ojo avizor en lo que puede acarrear el divisionismo en su partido, está viendo el árbol, no el bosque.
Armando Vásquez Alegría es periodista con más de 35 años de experiencia en medios escritos y de internet, cuenta licenciatura en Administración de Empresas, Maestría en Competitividad Organizacional y Doctorando en Administración Pública. Es director de Editorial J. Castillo, S.A. de C.V. y de “CEO”, Consultoría Especializada en Organizaciones…
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